¿JARDIN?
La utilización de la palabra JARDIN en el inicio de este texto podría llegar a confundir al lector sobre el contenido del mismo, ya que de hecho voy a hablar sobre los espacios públicos urbanos de nuestras ciudades y muy especialmente de los que se encuentran en una situación de PERIFERIA.
La palabra PERIFERIA nos acerca a un lugar alejado del centro, con unos acabados pobres y un mantenimiento escaso. La PERIFERIA es la zona que rodea un espacio geográfico considerando como centro o núcleo, es marginal, sin carácter, sin límite, una zona urbana penalizada y abandonada.
El JARDIN es bello y casi siempre recomendable. El JARDIN se asociaba, en la mente de nuestros primeros antepasados, a la idea del paraíso perdido. Paraíso – pairidaeza en persa – significa JARDIN, entendido como una porción de naturaleza domesticada que nos sugiere un lugar privado, íntimo, limitado, agradable, bien cuidado y lleno de posibilidades sensoriales.
Es habitual utilizar las expresiones espacio urbano o parque público para definir la mayor parte de los espacios no construidos de nuestras ciudades. Lo que no se pueda clasificar dentro de estas dos expresiones y no disponga de un uso bien definido se considera como tierra de nadie –terrain vague-, lugares que han perdido su uso primigenio, espacios que se vislumbran como vacios urbanos a la espera de un nuevo destino. Territorios que clasificamos como “vacios” y que pretendemos transformar en ciudad utilizando las reglas del urbanismo tradicional; aunque si somos capaces de analizarlos con una mirada más intencionada, descubrimos que se trata de lugares “llenos” de significados, desde los tozudos accidentes geográficos que aún conservan alguna de sus características primigenias a los restos de espacios agrícolas en proceso de abandono, desde los pequeños ríos contaminados a los entornos industriales obsoletos.
Cuando estaba finalizando la redacción de mi tesis doctoral sobre los espacios libres para una ciudad sostenible decidí recuperar la palabra JARDIN en el título principal de la tesis juntándola con la palabra METROPOLI. La recuperación de la palabra servía para reconciliarme con mi pasado, pero también para asociar las diversas dimensiones del JARDIN con la resolución de los diversos problemas de nuestras ciudades. Si en cada momento histórico las diferentes sociedades han tratado de reflejar su idea de paraíso en el modelo de JARDIN que han desarrollado -los árabes sublimaron el oasis y los anglosajones el claro en el bosque-, quizás había llegado el momento de pensar cuál era el modelo de JARDIN – paraíso – que requerían nuestras metrópolis.
El JARDIN DE LA METROPOLI seria la expresión que me permitiría agrupar todos los espacios exteriores de la ciudad, desde las calles y las plazas de nuestros centros urbanos a los nuevos espacios que podíamos recuperar en nuestras periferias metropolitanas.
El JARDIN DE LA METROPOLI sería el producto de acumular todos los espacios libres posibles, desde los parques naturales a los parques urbanos, desde los ríos a las playas, desde los corredores verdes a las nuevas agriculturas urbanas, desde los bosques metropolitanos a los espacios degradados que podemos recuperar, desde los entornos verdes de las infraestructuras que nos invaden a los espacios necesarios para resolver los problemas medioambientales de nuestras ciudades.
¿CENTRAL O PERIFERICO?
Los parques urbanos nacieron durante el siglo XIX al hacerse evidente la necesidad de reintroducir la naturaleza en unas ciudades que habían crecido excesivamente, separándose de unos paisajes naturales que antes se podían encontrar en su periferia inmediata. Desde los parques reales de Londres reconvertidos en parques públicos hasta el Central Park de Nueva York, todas las ciudades quisieron su parque, como Barcelona con el parque de la Ciudadela proyectado por Josep Fontseré en 1873 o como Ámsterdam con el Voldelpark de 1896.
Tradicionalmente existían dos modelos de relación entre la naturaleza y la ciudad, la introducción de elementos naturales en el corazón de la urbe o las intervenciones para el uso ciudadano en el exterior de la ciudad. El primero como heredero de la tradición anglosajona de crear parques urbanos para resolver los conflictos creados por el desmesurado crecimiento de las ciudades, y el segundo, para responder a la necesidad del ciudadano de apropiarse de los paisajes próximos que se convierten en el lugar dónde desarrollar todas aquellas actividades de ocio que no tienen cabida en el centro de la ciudad.
¿Pero cómo podemos hablar de centro o de interior en unos momentos en que casi todo es ciudad?. Los límites de la ciudad son indefinidos, la dispersión es el fenómeno urbano más actual, nuestras ciudades disponen de diversos centros, los restos geográficos que perviven en los intersticios de nuestra metrópoli son el mejor territorio de proyecto y las naturalezas cercanas se han incorporado al mundo urbano gracias a las facilidades de comunicación. Aunque muchos estaríamos de acuerdo en afirmar que la idea de parque central es obsoleta, lo cierto es que la voluntad de conseguir un gran parque público en el interior de la ciudad aun pervive en el imaginario de muchas ciudades que persiguen este mito de centralidad verde que tan brillantemente se representó en el corazón de Manhattan. El mundo está lleno de parques centrales que siguen la estela del Central Park de Frederick Law Olmsted, como nuestro proyecto para una vaguada en Sant Cugat del Vallés (F1), que a pesar de haberse diseñado como un parque lineal que conserva un pequeño rio y que comunica el centro de la ciudad con los paisajes próximos recibió el imaginativo apelativo de “Parc Central”.
En unas ciudades fragmentadas y dominadas por unas infraestructuras que segmentan el territorio nos encontramos que todos los lugares de oportunidad pueden ser el límite, el borde o la articulación entre dos mundos contrapuestos. Entre la ciudad y el paisaje, entre lo que ocupamos y lo que preservamos, entre los usos habituales del mundo urbano y los procesos agrícolas o naturales que quizás también pueden formar parte del imaginario ciudadano. Incluso los supuestamente lugares centrales pueden a través de una visión más amplia tener la oportunidad de vincularse a procesos más generales que los convertirán en parte de un sistema mayor.
El espacio público de nuestras ciudades se ha compuesto tradicionalmente de calles, plazas y parques. Las nuevas situaciones metropolitanas han ampliado las categorías posibles de espacios urbanos generando lugares públicos antes inimaginables en un territorio que va desde el corazón de la ciudad hasta su paisaje más lejano. Todos los nuevos espacios públicos pueden tener la calidad que antes asociábamos al parque urbano, desde una calle peatonalizada a un edificio que nos ofrezca multitud de espacios exteriores, desde un paisaje degradado que se recupera a una geografía cercana que incorporamos al uso ciudadano.
La mayor parte de las ciudades maltrataron durante años su espacio público entregándolo al uso indiscriminado de los vehículos privados. Durante los últimos veinte años del siglo XX la reforma del espacio público de la ciudad se convirtió en la novedad más importante del mundo del paisajismo.
El denominado modelo “Barcelona” se construyó a partir del criterio de reformar con calidad todos los espacios urbanos de la ciudad, desde las calles a las avenidas, desde las plazas a los nuevos parques, pero también se alimentó de una idea potente y global: recuperar el elemento geográfico que había motivado el nacimiento de la propia ciudad, el mar. Si Barcelona recuperó su relación con el mar, Londres recuperó su río, Bilbao la ría, y aun hoy podemos ver cómo Hamburgo está transformando su relación con el puerto fluvial a través del proyecto Hafencity o como Nueva York va transformando el perímetro de Manhattan con el objetivo de conseguir un waterfront verde.
En este proceso de reforma las ciudades han constatado la dificultad de superar las infraestructuras que ellas habían creado y la imposibilidad para encontrar nuevos espacios donde ubicar los usos que no tienen cabida en sus estructuras urbanas. Muchos proyectos de los últimos años tratan de integrar las infraestructuras en los tejidos urbanos, corrigiendo los impactos ambientales producidos, eliminando las barreras creadas, promoviendo las continuidades urbanas cortadas e intentado que el habitual paisaje de la PERIFERIA que ellas contribuyen a crear se transforme en un nuevo paisaje que se aproveche de las cualidades de la propia infraestructura pero consiguiendo recuperar las cualidades urbanas que asociamos a los espacios CENTRALES. Nuestro parque para el nudo de la Trinidad (F2) de Barcelona es un ejemplo de cómo un vulgar y PERIFERICO cruce de autopistas urbanas puede transformarse en el centro de un barrio utilizando para ello estrategias procedentes de la agricultura y del JARDIN.
¿ECOLÓGICO?
En los últimos años del siglo pasado se empezó a hacer evidente que los problemas de paisaje no sólo se encontraban en el corazón de nuestras viejas ciudades sino también en todo el territorio, en todo un país que ya es ciudad en casi su totalidad. La influencia de las preocupaciones ecológicas y el desarrollo de una nueva mirada sobre los entornos metropolitanos dio lugar a un tipo de proyectos diferentes en los que ya no se trataba exclusivamente de reformar la calle, de plantar un parque o de acercarse a la naturaleza próxima. Ahora se trataba de superar las infraestructuras que cortan el territorio, de recuperar los lugares degradados que invaden nuestros paisajes, de encontrar viabilidad a las agriculturas semiabandonadas o de incorporar los restos de los elementos geográficos que aún persisten en nuestras metrópolis.
Esta nueva mirada es atenta a la ecología, pero también a la tradicional sensibilidad del paisajismo. Se trata de proyectos que abordan problemáticas más complejas y programas más diversos, pero que siempre conservan su condición de lugar público. Los nuevos lugares creados se construyen con los materiales de siempre –la tierra, el agua y la vegetación-, se pueden desarrollar con respecto por los procesos naturales que podemos conservar o reinventar y con veneración por la agricultura como actividad que ha modelado la mayor parte de los paisajes que conocemos.
Un tipo de actuación que no requiere la eliminación de lo preexistente para poder construir algo nuevo, sino que se aprovecha de las características esenciales de lo que se mantiene para dar lugar a un nuevo fenómeno paisajístico que evidencia lo anterior, lo potencia con las nuevas naturalezas que lo invaden y lo convierte en una pieza más de los nuevos recorridos verdes creados. El parque de Duisburg Nord de Peter Latz en el conjunto de intervenciones del Emscher Park o la reciente reconversión en espacio público de la High Line de Nueva York por Diller & Scofidio y James Corner son una buena muestra de este nuevo modelo de parques públicos. Nuestro parque para la Vaguada de las Llamas (F3) en Santander es también un ejemplo de cómo unos humedales preexistentes que iban a ser eliminados se pueden convertir en el argumento principal de un nuevo espacio público.
La capacidad de crear nuevas naturalezas aparece como una condición maravillosa de nuestra profesión que, superando las habituales estrategias vinculadas al mundo tradicional del jardín o las estáticas actitudes de los movimientos ecologistas que solo promueven la conservación de los paisajes más valorados, nos permite inventar un nuevo bosque o unos nuevos humedales como hace Michael Corajoud en el parque de Sausset en la periferia de París, o como en nuestro proyecto para la restauración del antiguo vertedero de Barcelona en el Garraf (F4) en el que se utilizó la reproducción de un sistema agrícola para recuperar un lugar degradado como paso intermedio para la recuperación de las condiciones naturales perdidas.
¿CONTINUO?
Los recorridos verdes pueden convertirse en el principal espacio público de nuestras ciudades. Tanto en el interior de la ciudad como a lo largo de todo el territorio, los ciudadanos utilizan y valoran los recorridos lentos que los acercan a la naturaleza. Desde los paseos por la ciudad a los caminos de largo recorrido, nuestras metrópolis ofrecen infinitas posibilidades que habitualmente se han despreciado, cortando los caminos que nos conducían al exterior o degradando su entorno más próximo.
En un parque urbano los ciudadanos recorren todo lo que sus caminos ofrecen. Los parques que fomentan recorridos lineales sin obstáculos incitan al ciudadano a caminar, como sucede en nuestro proyecto para los espacios públicos de la riera de Sant Climent en Viladecans (F5).
Algunos críticos americanos, como Margaret Crawford en Narratives of loss, anuncian que los únicos espacios libres posibles en el futuro son los espacios libres privados –centros comerciales, universidades, ocio, turismo,…- o los espacios libres vinculados a la movilidad –autopistas, estaciones, puertos, aeropuertos,…-. En este contexto de privatización el único espacio público deseado por los ciudadanos son las uniones verdes –greenways- como muy bien nos explica Arturo Soria: una versión moderna de las parkways de Olmsted, un nuevo tipo de parques lineales que se asientan sobre las vías férreas abandonadas, en los márgenes de los ríos o sobre los antiguos caminos y que se hacen servir tanto para el ocio cotidiano como para salir de la ciudad a pie, a caballo o en bicicleta, es decir, sin necesidad de utilizar el automóvil.
El JARDIN DE LA METROPOLI es el resultado de una estrategia construida desde el paisaje, es el resultado de aprender a fabricar paisajes, una aproximación que incide en el conocimiento del territorio en todas las escalas de trabajo, desde la escala geográfica a la escala individual, desde el satélite a la lupa. Michael Corajoud habla de la travesía de las escalas como una de las características esenciales del trabajo del paisajista, el fenómeno que permite entender simultáneamente el conjunto y el detalle, lo próximo y lo lejano. El JARDIN DE LA METROPOLI contribuye a consolidar la continuidad de los sistemas verdes a partir del trazado de los diversos caminos lentos que pueden ayudar a coser el habitualmente desestructurado territorio metropolitano.
Richard Forman desarrolló desde el Landscape Ecology el sistema – matrix, corridor , patches – en el que identificaba determinados puntos estratégicos – military points – como los principales lugares de proyecto. El lugar que podía permitir que la totalidad del sistema fuera comprensible. En muchas ocasiones los recorridos lentos que tratan de consolidar la continuidad entre las partes se encuentran con obstáculos que requieren de soluciones más complejas. Los puentes o los túneles son en muchas ocasiones el método más eficaz para salvar estos obstáculos. Se trata de elementos que cosen la discontinuidad y se convierten en lugares estratégicos del nuevo sistema urbano creado. Nuestros puentes del Llobregat (F6) permiten a los ciudadanos de Sant Boi de Llobregat acceder a los caminos laterales del rio ofreciéndoles unos recorridos antes inimaginables.
Reformar la ciudad para fomentar los recorridos lentos y recuperar las continuidades perdidas entre el interior de la ciudad y los espacios naturales próximos es quizás nuestra mejor opción de futuro. Un buen argumento para los parques públicos del siglo XXI.
¿UTIL?
La naturaleza en la ciudad, representada habitualmente por los parques, constituye el exponente más claro del espíritu popular que asocia la imagen de los paisajes deseados con el espacio público. Hace ya muchos años que Joseph Rykwert nos invitó en su artículo “El jardín del futuro, entre la estética y la tecnología” a resolver una de las reivindicaciones más claras de nuestro tiempo: “Traer la naturaleza a la ciudad y hacer útil la naturaleza al ciudadano”.
Los espacios libres periféricos pueden contribuir al buen funcionamiento de nuestras ciudades aportando utilidad ECOLOGICA, URBANA Y AGRICOLA. Encontrar nuevos significados para los espacios libres metropolitanos nos puede permitir desarrollar el proyecto de la ciudad desde un nuevo modelo de continuidad. Ya no se tratará de la ciudad compacta tradicional – con sus calles, plazas, avenidas y parques –, sino de una nueva lectura de la ciudad dispersa, donde este nuevo espacio libre puede permitir cohesionar, hacer comprensible, ser la nueva estrategia que defina la forma de la metrópoli.
En esta nueva relación entre ciudad y territorio, donde la ciudad es metrópoli y el espacio libre constituye uno de los estratos básicos que la componen, será necesario respetar las leyes ecológicas, reinventar alternativas medioambientales inteligentes, buscar nuevos caminos para el mundo agroforestal y, por supuesto, saber integrar estas operaciones en los proyectos urbanos y territoriales de los que generalmente formaran parte.
La gestión del agua en todos sus niveles, la producción de energías alternativas, los huertos urbanos, la producción agrícola de proximidad y la restauración de los espacios degradados son solo algunas de las nuevas utilidades que estos espacios libres periféricos pueden resolver. Nuestro proyecto para una nueva área urbana situada en el límite de la ciudad de Barcelona quedó paralizado por la actual crisis económica. El parque público había sido diseñado como un corredor ecológico que conectaba con los espacios naturales próximos permitiendo que los ciudadanos accedieran a las montañas cercanas. La avenida central se plantó con alfalfa convirtiéndose involuntariamente en un corredor que hace que los escasos rebaños que aún existen en la periferia se introduzcan en el interior de la ciudad (F7). Un sistema de mantenimiento económico que da lugar a unas imágenes no habituales en nuestros entornos urbanos. Movimientos ciudadanos como el Incredible Edible que lidera Pam Warhurst ha conseguido llenar las aceras de más de 33 ciudades del norte de Inglaterra de tomates y árboles frutales que son gestionados por voluntarios y están al servicio de todos los ciudadanos.
Los espacios libres METROPOLITANOS pueden ser JARDINES, han de contribuir a la recuperación de la CENTRALIDAD soñada, pueden diseñarse desde las nuevas preocupaciones ECOLÓGICAS, fomentar las CONTINUIDADES perdidas y tratar de ser ÚTILES sin renunciar a su ineludible condición de PUBLICOS.